Inés Verdugo (Guat) – Curaduría Lucía Pittaluga (Uru).

Sala Enrique Kavlin / Kavlin Centro Cultural – Punta del Este.

Proyecto seleccionado en Convocatoria a exposición de FUNDACIÓN KAVLIN.
Este proyecto se realiza gracias al apoyo de la Comunidad de Amigos Kavlin.


Desnavegaciones

Mirar la fruta, el mar con ojos de desierto”;

“…disfrutar del error / y de su enmienda”.

Ida Vitalei

Bajamar es la primera muestra individual de Inés Verdugo en Uruguay. Nacida en Guatemala, visita Montevideo por primera vez en 2019 e inmediatamente se siente atraída por la arquitectura náutica de la ciudad.

Su fascinación por los edificios del estilo art decó tardío (llamado también aerodinámico o streamline moderne) la impulsa a imaginar sus tránsitos entre gigantes de cemento, listos para ser devorados por enormes olas aunque siempre amarrados sin decidirse a zarpar. Un vaivén inexplicable la empuja a transitar por una ciudad flotante, sintiéndose la protagonista de un sueño de altamar. Una marinera de tierra firme, atracada en una cartografía de viento y niebla, en busca de una tripulación perdida, entre rostros desconocidos, derivas y soledades.

Mareas y tempestades fueron obsesión de numerosos artistas a lo largo de la historia. Las embarcaciones nos remiten a la aventura y el descubrimiento, encarnando también un refugio seguro ante un entorno hostil.

Palacios flotantes configuran imágenes de grandes epopeyas mitológicas, pero también pequeños botes inflables nos remiten a la actual crisis migratoria.

El mar nos confronta a lo inmensurable. Como decía Borges, “el mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar”ii. Testigo de conquistas y naufragios, transportador de civilizaciones, de esclavos, de refugiados e inmigrantes, el mar invoca siempre a la creación.

Cuando Inés regresa a su país, se instala la pandemia. Un tiempo detenido la obliga a encallar en su recuerdo. Montevideo comienza a desvanecerse y a convertirse en un lugar distante y nebuloso. Los meses de encierro desafían a la navegante: convive con una embarcación, calcula los bordes, ajusta las redes y mensura las boyas que acompañan sus días. Desarrolla varias situaciones, intervenciones y escenografías dentro de las cuatro paredes de su casa. Así, a modo de fantasma, la pequeña embarcación va creando una presencia contundente, entre la vida cotidiana y las horas de encierro. El bote se cuela por las puertas, las ventanas y se convierte por momentos en una pesada molestia. Intenta, entonces, cubrirlo con tela, invisibilizarlo creando patrones textiles, recreando sus formas, derritiéndolas.

Luego planifica una bitácora de mareas, que se traduce en una sucesión de libros con dibujos y datos recopilados con precisión. El lugar del mar se disloca y ya no podemos percibir dónde se encuentra, dentro del barco o fuera de él.

La instalación en Fundación Kavlin plantea, desde el inicio, una fragmentaria travesía incierta. Una ficción íntima, un espacio flotante que la artista porta en su valija pronta para desplegarse en otros sitios posibles. Establece una psicogeografía personal, donde el territorio y la imaginación se confunden, generando una serie de reflexiones que se superponen a partir de capas de memoria expuesta.

El textil y los materiales blandos como el cuero y la espuma se vuelven sustancia fundante del trayecto, estructuras livianas en los múltiples paisajes del tiempo habitado del encierro. El cuerpo se vuelve frágil en su relación con el mundo, un intento de incertidumbre, varios intentos.

La artista busca un lugar donde amarrarse, deconstruye la imagen de un barco, establece conexiones efímeras en un tránsito siempre impreciso. Viste y desviste el recuerdo, algunas embarcaciones encalladas, algunas sombras, define con exactitud la paleta montevideana: algunos verdes musgo, infinidad de matices de gris, otros tantos blancos.

Una gran manta contiene recortes de la arquitectura náutica de Montevideo. Estas piezas proyectadas sobre el techo despliegan una visión, un intento de atravesar el silencio y ponerlo en formas.

Una epidermis de barco textil configura un vestuario, en un intento de volverlo dócil, maleable tal vez, incluso plegable y fácilmente portable.

Sus esculturas y formas blandas parecen surgir de un cierto “estar fuera de…”, entre lo observable y lo observado, con una cierta distancia o fatiga, de un cierto desencanto que se resuelve, como posible ensayo liberador, en el ámbito potencialmente autónomo de la subjetividad.

La dimensión de irrealidad, así, produce un desgarro que permite penetrar en la zona oculta de lo real. Para Heidegger, “la verdad solo se instala como lucha en un ente que se produce, de modo que abre la lucha en ese ente, es decir, desgarrándolo”iii.

Inés Verdugo enuncia una poética en tránsito, un paisaje onírico en constante deconstrucción confundiendo el barco con una ola, una sombra con una fachada o recortes de cuero con las trazas de un barco. Nos convoca una vez más, como espectadores, a cuestionarnos sobre lo visible, ciertas formas que se desarman como un rompecabezas sin lógica ni instrucciones. Diluye sus aristas, reconfigura y abraza, como si se tratara de una navegación siempre inconclusa, siempre flotante y a punto de desnavegar. ¿Qué objetos nos acompañan en el viaje? ¿Cuántas amarras podemos fijar como certezas inmóviles? ¿Sabremos, finalmente, al partir dejar algo que retenga nuestra memoria?

Entre esperanzas y encallamientos, el mar continúa dibujando esa línea de un horizonte que distancia y conecta. Un gran aleph polimórfico, puente y borde, destino utópico que reconstruye y cura. Un eterno territorio líquido donde todo es posible. Volver, para nunca dejar de irse.

Lucía Pittaluga

Agosto, 2021

i Ida Vitale. Poesía reunida (1949-2015). Montevideo: Tusquets Editores, 2018.

ii Jorge L. Borges. Obras completas. Buenos Aires: Emecé, 1974.

iiiMartin Heidegger. Arte y poesía. México: Fondo de Cultura Económica, 2009.

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